La leyenda del Lago Aluminé

 tejiendo la trágica historia de Antú


leyenda antu y puyen



La leyenda del Lago Aluminé perdura en las sombras del tiempo, tejiendo la trágica historia de Antú, dios del sol, y Puyén, diosa de la luna. En los albores de la creación, Nguenechén, señor supremo, decretó que fueran marido y mujer, reinando conjuntamente sobre la Tierra.


Durante un tiempo, los dioses compartieron su camino por el vasto espacio, iluminando y embelleciendo el universo con su amor. Sin embargo, el destino les deparaba un giro amargo. Antú, antes apasionado y devoto, cayó presa del desamor y la insolencia. Puyén, herida por su injusto proceder, enfrentó su cólera y sufrió el cruel golpe que sellaría su separación.



Desde entonces, Antú, ahora único soberano del día, ostenta el dominio absoluto del universo. Mientras tanto, Puyén deambula sola, su rostro marcado por las cicatrices de aquel conflicto celestial. En las noches, la diosa errante se detiene en las nieves, se filtra entre las frondas y besa tiernamente las mutisias y otras flores dormidas, o reposa sobre las superficies de los lagos.


Un día, imbuida por el anhelo de reconciliación, Puyén aceleró su viaje para alcanzar a su amado Antú antes de que se sumiera en el reposo nocturno. Sin embargo, la desgarradora visión la encontró: Antú entregando su pasión al lucero vespertino, un nuevo amor que encendió el dolor en el corazón de Puyén.



Sus lágrimas, abundantes como la lluvia, se derramaron sobre la tierra del Neuquén, creando así el Lago Aluminé. Desde aquel momento, el lago y el río que de él fluye han llevado consigo la pureza y dulzura de una diosa afligida, testigos eternos de la tristeza que tejió la separación celestial. La leyenda persiste, susurrada por las aguas serenas del Aluminé, que resplandecen con la luz y la sombra de un amor divino perdido.

En el momento en que las lágrimas de Puyén se fundieron con la tierra del Neuquén, no solo dieron origen al sereno Lago Aluminé, sino también al impetuoso río del mismo nombre. Desde las entrañas del lago, este río nace con un ímpetu indomable, un torrente que serpentea con gracia y vigor, bañando la tierra que abraza y nutre.



El río Aluminé, cual vital arteria, lleva consigo la esencia de la diosa afligida, alimentando con sus aguas cristalinas las raíces de las majestuosas araucarias que pueblan la región. Con cada curva que traza, este río imprime vida a la tierra, otorgando fertilidad a su paso y sustento a la flora que lo rodea.


Las araucarias, testigos mudos del drama celestial, encuentran en las aguas del río Aluminé la fuerza que las hace erguirse con altivez, como guardianes de una historia que transcurre en sus sombras y susurros. La danza constante entre el río y las araucarias es un eco perpetuo de la conexión entre la diosa y la tierra que creció de sus lágrimas.


Así, el río Aluminé se convierte en un narrador silencioso de la leyenda, llevando consigo no solo el llanto de Puyén, sino también la promesa de vida renovada y la manifestación de la belleza que puede surgir de la tristeza. En cada meandro, en cada curva, la historia se entrelaza con la geografía, creando un lazo eterno entre el mito y la naturaleza que definen la magia de este rincón en la Patagonia argentina.

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